Tropiezo de tanto
intentar que salgas de mi mente,
deberías saber el
efecto que consigues.
Todos deberíamos
saber cómo afectamos los movimientos de los demás
aunque sean doce
simples horas.
Doce horas para
mí, para ti y tus sonrisas.
Para gritar que no
puedo más, para salir de mí misma.
Descanso, calor.
Soledad.
Un sonido
melodioso y vuelves con vicio y energía renovados.
De nuevo un
cuello, tú barba,
Dios...
Esa barba, ese
cuello prohibido.
Mis hombros se han
vuelto tuyos. Creían que iban a recibir lágrimas
y tu risa los ha
marcado más profundo de lo que ninguna crema pueda liberar en unos pocos días.
No hay agujetas,
sólo sudor e imágenes que aparecen porque sí, sin motivo, sin nada que las
llame.
Vienen, igual que
esas 12 horas sin tregua ni oxígeno.